“El agua negra lamía las paredes de ladrillo del ayuntamiento y del Hotel Osceola, pero por lo demás permanecía muda e inmóvil. Quienes no han vivido nunca una inundación imaginarán tal vez que los peces entran y salen de las ventanas rotas de las casas sumergidas, pero no es así. En primer lugar, las ventanas no se rompen, ya que, por muy bien construida que esté la casa, el agua se filtra entre las tablas del suelo, de modo que alcanza la misma altura dentro de la despensa que fuera, en el porche. Pero es que, además, los peces no abandonan nunca los cauces originales de los ríos, como si los seis u ocho metros más de libertad de que disponen ahora no existieran. El agua de las riadas es repugnante y está llena de basura repugnante, y, por mucho que les disguste la desacostumbrada oscuridad, los siluros y las doradas se quedan nadando en círculos confusos alrededor de sus rocas, sus algas y sus pilares del puente.” (p. 4) Las alumnas Clara, Beatriz, María, Irene, Alesia, Rocío, Marce...