por Claudia Nieto Benavides
En las
profundidades del océano, donde la luz apenas alcanza, nadaba un pez llamado
Alpha. Su cuerpo era un lienzo de colores vivos: azul como el cielo al amanecer
y naranja como el sol que se despide en el horizonte. Sus colores no eran un
simple capricho de la naturaleza, eran un reflejo de su alma, un eco de sus
vidas pasadas que resonaban en cada movimiento de sus aletas.
Alpha no era un
pez común: en su mirada se podía percibir una especie de sabiduría antigua,
como si su existencia se extendiera más allá del tiempo. En una vida pasada,
Alpha había sido un ave que volaba por los cielos, con plumas azules como el
océano y naranjas como llamas.
Había conocido la libertad del viento y el calor del sol; ahora de forma acuática se lleva consigo ese calor y ese océano. Alpha destacaba entre otros peces, cuando nadaba parecía que danzaba entre los corales. Él iluminaba los océanos, los demás peces lo seguían atraído por su aura de misterio e iluminación. Este es un simple hecho de que la esencia nunca desaparece.
Claudia y Marie |
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